Cristo Jesús en su agonía.

Señor, si quieres puedes curarme.

Del santo evangelio según San Mateo (8, 1-4)

Cuando bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: «Mira, no se los digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio.

Señor, yo creo en ti y en tu amor. Si quieres puedes convertir este momento de oración en una experiencia de amor que transforme toda mi vida; sé que lo puedes hacer y humildemente te suplico que lo hagas.

Desde tu Santa Agonía en la Cruz, Jesús, cúrame de todo eso que me aparta del camino del bien porque quiero vivir en todo, y sobre todo, en tu amor, en tu gran misericordia y en tu caridad.

Ayúdame a vivir en tu luz para experimentar la alegría de sanación que viene con tu amistad.

Amén

 

Se acerca el final, el final para un nuevo comienzo para ti y para mí; y ante la crueldad de la escena: ¿cómo te encuentras?, es momento de despertar y abrir los ojos del cuerpo, del alma y del espíritu para llegar al precioso sacrificio, duro de digerir, de amargo sabor, pero de gran provecho para nuestra salvación.

Al mirar con los ojos del cuerpo y del alma quizás reparemos enseguida y reprochemos con dolor: “Jesús ¿de qué hablas? Si estás lleno de heridas por nuestra causa, ¿de qué cumplimiento hablas? Si es que no era necesario tanto dolor para salvarnos, tú lo sabes mejor que nosotros, eres Hijo de Dios y en realidad y por el sólo hecho de hacerte hombre, ya nos abrías las puertas del cielo”.

Pero Jesús insiste: “Todo se ha cumplido”. Por esto, sólo queda mirar con los ojos del Espíritu y dejar que iluminen a los ojos del cuerpo y del alma para lograr ver cómo en realidad, Él, es el cumplimiento de una promesa “yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

Todo se ha cumplido y en realidad se está cumpliendo porque eres nuestra compañía en los momentos de dolor, de enfermedad, de soledad, para el mundo. Porque Tú, Señor, en la cruz nos miras con amor y aquel sacrificio que supera los límites del tiempo, ocurre en este instante en la cruz del dolor de la humanidad, aquél escenario de la cruz y con la muerte expectante a que des el último suspiro lo acompaña una actitud que la derrota, la fe y confianza de haber cumplido la voluntad del Padre, tú decidiste ser coherente con el mandamiento del amor y amaste hasta el extremo de la cruz.

Ahora, ¿qué nos queda a ti y a mí?, seguir los pasos del amante que nos enseña a amar hasta el final, no románticamente sino con decisión, valentía, coherencia y coraje. El panorama en el que nos encontramos es similar, una noche oscura de dolor mundial, la muerte espera al igual que con Jesús, expectante de ganar la partida, ansiosa de acabar con la sabiduría de la sociedad, los ancianos, la tradición, la sabiduría, nuestros abuelos y por eso nuestra actitud ahora más que nunca debe ser semejante a la de Jesús, debemos decidirnos a cumplir con la misión que nos encomienda el Padre en Jesús.

“Sean uno, como yo y mi Padre, somos uno” (Jn 17, 21-23). Es tiempo de buscar la unidad. Sólo en la unidad podremos salir victoriosos. Jesús pide que nos amemos para lograr la unidad, así como Él mismo vive en comunión con el Espíritu Santo y el Padre. Y para lograr dicha unidad debemos comenzar por la familia, el vivo reflejo de la Trinidad.

Decídete a tener actitudes de unidad en tu familia, decídete a abrirle las puertas al amor Trinitario para poder vencer, como Cristo lo hace, incluso en la cruz. Que nosotros cumplamos nuestra parte y seamos uno en la santa e indivisa Trinidad que vive y reina en nuestros hogares.

Amén.

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