Adviento, camino de la gran espera.

Comenzamos hoy, nuevo Tiempo y Año Litúrgico, en este último domingo de noviembre.

La irrupción de la pandemia del coronavirus en todo el mundo ha provocado que nos replanteemos muchas cosas en nuestro día a día, en nuestra rutina y en nuestra forma de relacionarnos. Nuestra fe cristiana y la Navidad no debiera ser menos.

Quizás pudiéramos revisar desde este ADVIENTO toda nuestra deriva a una festividad totalmente desvirtuada y carente de valores cristianos. Para empezar, nos saltamos o mejor dicho hemos eliminado ese tiempo de preparación al que hoy, como ya hemos mencionado, entramos de lleno.

El sentido del Adviento es avivar en los creyentes la espera del nacimiento del niño Jesús, Nuestro Señor, y prepararnos para la celebración de la Navidad y su quizás ya ¿segunda y última venida?

Pero ¿Cómo nos preparamos y qué navidad predisponemos para esta celebración?

Año tras año, y cada vez con más fuerza y con más anticipación, nos preparan y participamos con muchísimo entusiasmo de ello, en la festividad más manipulada, adulterada y desvirtuada de las que conocemos.

Los grandes problemas cotidianos de muchas personas siguen presentes antes, durante y después de la Navidad. Los que duermen en la calle lo siguen haciendo, los ladrones siguen robando, los maltratadores maltratando, Muchas mujeres abortan y todos lo celebramos bajo la disculpa de ser un derecho, muchas personas en el mundo sin poder comer, los telediarios siguen dando las mismas porquerías de noticias que todos los días, los programas de ocio-basura siguen sin fallar día tras día, en un palabra, el odio, el desamor, la avaricia, codicia y la deshumanización, siguen presentes en nuestras vidas.

Si bien es verdad que algunas personas se vuelven especialmente cariñosos en esta época, las familias (muchas, pero no todas) aparcan de momento sus desencuentros, parece que nos esforzamos por llevarnos bien, por demostrar lo bueno que tenemos y que llevamos dentro, de nuestros buenos propósitos y sentimientos y que podemos ofrecer a nuestros amigos y al resto de nuestro prójimo todo ello.

Volverán casi seguro las grandes comidas y cenas de familia, de amigos, de compañeros de trabajo y de empresas, haciendo la imagen de llevarse bien o por lo menos de procurarlo. Intentamos desde nuestras limitadas posibilidades, cambiar el mundo para hacerlo un sitio más justo, dónde reine la paz entre nosotros y todas esas cosas… Todo momentáneo, y de cualquier manera, falso. Y quizás, desde el recuerdo de años pasados y en especial en el recuerdo de las «ausencias» por esta dura pandemia, este año, podamos tener una nueva oportunidad de cambiar de rumbo y volver a una celebración mucho más íntima y más cristiana.

En el mundo hay mucha necesidad e injusticia. Muchos millones de personas mueren de hambre, enfermedades, necesidades de todo tipo e incluso ahora, por falta de vacunas. Hay muchos, muchos necesitados.

No es necesario irnos a buscarlos a países lejanos como por ejemplo en África o en otros continentes, no. Los tenemos al lado nuestro, en nuestra ciudad, en nuestras calles, en nuestro mismo portal. Porqué ahora y más que nunca, nuestros hermanos de piso, de edificio, de calle, de barrio, de parroquia, etc… pueden estar necesitados, muy necesitados.

Ahora más que nunca, debiéramos dejar de lado, esos suntuosos gastos llamados de Navidad y ofrecer cuanta ayuda podamos para cubrir las necesidades de nuestros hermanos en Cristo. Nos vendrá muy bien para nuestro propio bolsillo, para ayuda del prójimo, solidarizándonos con ellos y sobre todo para nuestra conciencia, pues estaremos volviendo a la NAVIDAD que Dios espera de todos nosotros. Ojalá fuera así y que todos los días fueran Navidad, pero Navidad de la buena.

Hemos perdido el sentido de esa verdadera Navidad y no precisamente por habernos hecho mayores en lo referente a la edad, no. Nos falta cada vez más ese llamado “espíritu de la Navidad”, del que tanto se habla y tan poco se nota.

Vamos, que más bien parece una gran fiesta pagana en la que creyentes y no creyentes, vemos la oportunidad de unos días de fiesta laboral, de gastar grandes cantidades de dinero sin sentido, solo por gastar. Loterías, regalos, grandes comilonas, fiestas y viajes, vacaciones, etc. y eso, de nuevo en tiempos de ¿crisis?  Si, crisis de valores.

Causa estremecimiento ver los contenidos en los elementos publicitados durante semanas (hace ya más de dos o tres semanas que han comenzado), para el logro de beneficios económicos enormes, con campañas comerciales ambiciosas, que nada tiene que ver con el Espíritu del Mesías, ni con el Reino de Dios, ni con la sana doctrina de nuestro Salvador, ni con la de sus apóstoles.

Los alumbrados y adornos de las ciudades, cada vez con menos motivos alegóricos a la verdadera Navidad y al nacimiento de Jesús. Fijaros en la «iluminación navideña» de nuestras ciudades, de nuestros comercios, de las grandes superficies, y ciertos «supuestos nacimientos o belenes» en estos últimos años.

Y en cambio, ahí tenemos a “Santa Claus” o “papa Noel”, que más bien es un personaje creado para un anuncio de bebidas de cola famosa, todo vestido ahora de rojo y antes de verde, que dicen viene de algún lugar helado en el norte de Europa, del cual curiosamente nunca salió ningún profeta o por lo menos son desconocidos en las escrituras, y donde se supone que vive y tiene una gran fábrica de juguetes.

No es muy extraño que en una fiesta como ahora, esta falsa navidad, en el “cristianismo actual y tradicional” la hayamos convertido en costumbres idolátricas, que generan unos beneficios económicos al comercio y vendedores, y nos hacen hacer grandes gastos para contribuir a esta gran bola inhumana, dejándonos llevar en estas fechas por todos los anuncios de navidad, por los comentarios y ensalzamiento de la sociedad de consumo por prensa, por radio y por T.V.

La Navidad es una fiesta de resonancia universal. Ya sólo el hecho de que todo el planeta se rija oficialmente por el calendario cristiano, que divide la Historia en antes y después del nacimiento de Jesucristo, indica la trascendencia que tienen estas fechas para la humanidad en general para querer ocultarla o deformarla.

Alrededor de estas fiestas, ha surgido toda una cultura, que se manifiesta en dos estilos de celebración: el sagrado y el profano. El primero se centra en la fe, en el misterio de la Encarnación del Verbo y en los valores que de ella se derivan; por eso es, sobre todo, una fiesta de la familia (la familia humana debe estar imbuida del espíritu de la Sagrada Familia, que es, a su vez, espejo de la Familia Trinitaria). El otro estilo de celebración de la Navidad se ha apropiado de la festividad cristiana, fagocitándola, vaciándola de su sentido primigenio y transformándola en una mera ocasión para el ocio y la diversión, sin ningún sentido religioso o con éste muy amortiguado y ahogado por la fiebre consumista y comercial que todo lo invade.

Uno de los síntomas de la pérdida de ese espacio social por parte de los católicos es la ausencia de símbolos cristianos en los adornos navideños. Abetos, “hombrecillos de rojo”, bolas de colores, estrellitas, acebos, renos e incluso botellas de cava, inundan los escaparates, balcones e interiores de nuestras viviendas, colegios incluso religiosos y comercios, constituyen el principal motivo de los adornos y las guirnaldas luminosas que jalonan las calles de toda España.

Parece mentira, pero hay muchos de nuestros gobernantes, muchas de nuestras empresas e individuos de nuestro entorno más directo que quieren prohibir “Feliz Navidad” y reemplazarlo por “Felices Fiestas” porque, dicen, no querer ofender a nadie.  ¿Y nosotros, no nos podemos sentir ofendidos por ello?

Urge reconquistar este espacio perdido y en esta página, te sugerimos cómo hacerlo. Desde estas líneas queremos contribuir con nuestro granito de arena a rescatar el sentido católico de la entrañable festividad que nos recuerda el nacimiento del Hijo de Dios según la carne. Los cristianos podemos y debemos dar un paso al frente y proclamar en nuestros pueblos y ciudades que la Navidad no es sólo un periodo de vacaciones de invierno invadido por el consumismo, sino que celebramos el nacimiento de nuestro Salvador.

Uno de los mejores signos tanto de nuestra condición como de nuestra disposición a tal efecto, se inicia en nuestra decoración ambiental para preparar la celebración. Es importante que en nuestras casas esté representado el misterio de la Navidad, por ello invitamos a que, en tu hogar, pongas el nacimiento o si puedes y dispones de espacios que recrees las escenas fundamentales de la Navidad montando el Belén. En el exterior, puedes colgar de tu balcón o ventana, las llamadas “balconeras o balconadas” con la imagen de la Sagrada Familia, o simplemente con el Niño Jesús junto a un Feliz Navidad. Los hay de diferentes imágenes, de diferentes tamaños y materiales y de precios, pero el resultado será el mismo, servirá para anunciar desde nuestras casas, la buena noticia del nacimiento del Salvador.

Numerosos creyentes y no creyentes sabemos que, aunque las fechas para el nacimiento de Jesús, no aparecen en las escrituras bíblicas, también sabemos que los apóstoles y miembros de las primeras congregaciones, no celebraban el nacimiento del Mesías de ninguna manera, pues éste no es el “espíritu de la navidad” que Jesús buscó para su nacimiento y para su “familia cristiana”

Dios quiso humildad y sencillez, nos quiso hacer ver el contraste y la diferencia. Dios, todo poderoso, Rey y creador del universo, que pudiendo haber nacido en los mejores palacios, con las mejores vestimentas y joyas, con criados y criadas para atenderle, quiso que su primogénito, segunda persona de la Santísima Trinidad, naciera de una humilde mujer Nazarena, y como sirviente y padre terrenal, a un casto y buen hombre, como cuna de gran linaje, un pesebre y como pañales trapos rotos y raídos.

No olvidemos lo que el Mesías dijo a unos invitados, en una reunión a la que estaba asistiendo, aconsejándoles llamar a aquellos, que no tenían esas necesidades cubiertas, para el banquete y darles de comer, a los hambrientos materialmente y también predicándoles el Reino de Dios en estas ocasiones, que es lo que el Maestro hacía cuando le invitaban a alguna casa para comer, estando seguros de que, estaremos haciendo grandes tesoros en el Cielo

Del Evangelio de San Lucas 14:12-14

“Dijo también al que lo había convidado: Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a vecinos ricos, no sea que ellos, a su vez, te vuelvan a convidar, y seas recompensado. Cuando hagas banquete, llama a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos; Y serás bienaventurado, porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos.”

Volvamos a esa NAVIDAD. Recordemos el nacimiento de Jesús, colocando en un rincón de nuestro hogar, el misterio. Tan solo hacen faltan las imágenes del niño Jesús, la Virgen María y San José; La Sagrada Familia.

Colguemos de nuestras ventanas y balcones, esas maravillosas telas y plásticos llamadas “balconadas o balconeras” con las imágenes del Niño Jesús, la Sagrada Familia o la “Estrella Anunciadora”.

Preparémonos en estos días de Adviento para recibirlo. Contribuyamos en aportar todo lo que buenamente podamos en ayudar a nuestro prójimo. ¿Por qué gastar en tanta comida si además nos perjudica seriamente la salud? Hagamos regalos, sí, pueden ser simples detalles, pero también lo hagamos con los más necesitados, con los más solitarios, haciéndoles llegar nuestro cariño y afectividad.

¿Identidad Cristiana?

Ya está claro. La Navidad ha sufrido una transformación tan grande que, para la mayoría de nuestros contemporáneos, es irreconocible, y el Adviento ha desaparecido, devorado por unas fiestas de fin de año que cada vez se adelantan y descristianizan más. Hasta el punto de que la misma palabra Adviento se ha vuelto extraña para la mayoría.

El Adviento, es además del comienzo del Año Litúrgico, y que empieza el domingo más próximo al 30 de noviembre y termina el 24 de diciembre, es el camino y preparación para «abrir» nuestro corazón a la ya próxima venida del Señor. Son pues, los cuatro domingos anteriores a la Navidad y forma una unidad con la Navidad y la Epifanía. Este año 2022, comienza el domingo 27 de noviembre y el último domingo de Adviento será el 18 de diciembre.

En los templos y casas se colocan las coronas de Adviento, en donde se encuentran cuatro velas de color morado, rojo o rosa, pudiéndose colocar una blanca en el mismo centro de la corona y se va encendiendo una vela por cada domingo. Asimismo, los ornamentos del sacerdote y los manteles del altar se tornan de color morado como símbolo de preparación y penitencia y en el tercer domingo de adviento, (Domingo de Gaudete) se puede sustituir por el color rosa.

Podemos preparar el camino del Señor, con la ayuda del calendario de Adviento, y así, tener presente cada uno de los días, la ruta y trayecto para llegar a esa «meta» de la NATIVIDAD DEL SEÑOR

Sobre el significado…

El término «Adviento» viene del latín adventus, que significa venida, llegada. El sentido del Adviento es avivar en los creyentes la espera del Señor.

Se puede hablar de dos partes del Adviento:

Primera Parte.- Las primeras dos semanas, sirven para meditar sobre la venida del Señor al final de los tiempos, cuando ocurra el fin del mundo con marcado carácter escatológico.

Segunda Parte.- Las siguientes dos semanas, sirven para reflexionar concretamente sobre el nacimiento de Jesús y su irrupción en la historia del hombre en Navidad. dentro de la última semana y hasta la Natividad del Señor, es la llamada «Semana Santa» de la Navidad, y se orienta a preparar más explícitamente la venida de Jesucristo en la historia.

Las lecturas bíblicas de este tiempo de Adviento están tomadas sobre todo del profeta Isaías (primera lectura), también se recogen los pasajes más proféticos del Antiguo Testamento señalando la llegada del Mesías. Isaías, Juan Bautista y María de Nazaret son los modelos de creyentes que la Iglesias ofrece a los fieles para preparar la venida del Señor Jesús.

Origen y significado del nombre

La palabra latina adventus traduce el término griego parusía, que originalmente significaba presencia, llegada, y se utilizaba con varios sentidos. En primer lugar, designaban la manifestación poderosa de un dios a sus fieles, por medio de un milagro o de una ceremonia religiosa. En el ámbito civil, indicaban la primera visita oficial a la corte de un personaje importante (un embajador de otro reino, por ejemplo), con la ceremonia en que tomaba posesión de su cargo y los posteriores festejos. El término parusía-adviento también se usaba para referirse a la visita solemne del emperador a una ciudad, con todo lo que conllevaba: reparto de regalos, banquetes, indultos, etc. De hecho, en unas excavaciones arqueológicas en Corinto aparecieron unas monedas con una inscripción que recuerda la visita de Nerón a la ciudad, denominada Adventus Augusti, y el Cronógrafo del 354 (un calendario de piedra) designa la coronación de Constantino como el Adventus Divi. Como la vida religiosa y la civil estaban totalmente unidas, con la llegada del rey se celebraba la epifanía de un dios en el monarca.

Los Santos Padres de la Iglesia comprendieron que hay una relación profunda entre los deseos de salvación que caracterizaban al mundo grecorromano y el mensaje cristiano. Si los pueblos deseaban la cercanía de sus dioses, sin conseguirla, en un tiempo y en un lugar concretos se ha producido el verdadero adviento, la parusía, la epifanía de Dios. El Hijo de Dios ha entrado en nuestra historia y ha revelado su misterio, hasta entonces inalcanzable para el hombre. En Cristo, Dios ha dado respuesta a la larga búsqueda de los filósofos y de los hombres religiosos de todos los tiempos. De alguna manera, Dios mismo sembró en ellos los deseos de encontrarlo, y los ha satisfecho: «Es conmovedor comprobar cómo ya la humanidad anterior a Cristo vivía anhelando la venida del verdadero Salvador […]. Con los nombres de Adviento, Parusía, Epifanía y otros por el estilo, ofrecía la antigüedad pagana el cuerpo de palabras más apropiadas al milagro de la verdadera manifestación de Dios entre los cristianos, y la Iglesia no vaciló en llenar estos recipientes preparados por el paganismo, al cual guiaba la providencia de Dios, con la verdad que ansiaban» (Emiliana Löhr).

Esto no significa que el cristianismo sea únicamente la respuesta a las esperanzas de las religiones antiguas, ni aun a sus aspiraciones más nobles, ya que Jesucristo supera cualquier expectativa humana. De hecho, el hombre no sabe cuáles deben ser sus aspiraciones, aquéllas que responden al fin para el que fue creado. San Pablo llega a decir que no sabemos lo que nos conviene (cf. Rom 8,26). Y añade que hemos descubierto el eterno proyecto de Dios sobre el hombre, solo porque Cristo lo ha revelado (cf. Ef 1,3-13). Hasta entonces, ese plan permanecía escondido. Aunque el helenismo aceptaba las categorías de venida, aparición o manifestación de lo divino, nunca habría podido aceptar una encarnación de Dios, concebido como un ser totalmente trascendente e incompatible con la materia. El proyecto de Dios, que se ha revelado en Cristo, supera todos los pensamientos humanos (cf. 1Cor 2,9).

Jesús no solo nos ha comunicado los contenidos del eterno proyecto de Dios. Él mismo lo ha realizado y nos ha introducido en él. Eso es algo tan novedoso, que no puede venir de los hombres, sino solo de Dios. Aparecía como algo insensato para los judíos y los griegos de la antigüedad y sigue siendo incomprensible para las religiones y filosofías contemporáneas. Los primeros cristianos se encontraron con la dificultad de expresar estos conceptos sin tener las palabras adecuadas. Por eso tomaron los términos de su ambiente cultural y se sirvieron de ellos, transformándolos. La Iglesia primitiva usó la palabra adventus para indicar que Dios nos ha visitado en Cristo y se ha quedado a vivir entre nosotros, por lo que podemos encontrarlo en nuestra historia concreta.

Historia del Adviento

Al principio, los cristianos no celebraban el nacimiento de Cristo, sino únicamente su muerte y resurrección. La Pascua era la única fiesta anual y se esperaba el retorno glorioso del Señor durante una fiesta de Pascua, antes de que pasase la generación de sus contemporáneos. La esperanza de la parusía se acrecentaba en la liturgia. Por eso querían acelerarla con su oración, como testimonia la plegaria aramea, de proveniencia apostólica, Maranatha, que encontramos en 1Cor 16,22, en Ap 22,20 y en la Didajé y que tiene dos posibles significados: Ven, Señor, si se lee Marana Tha y el Señor viene o ha venido si se lee Maran Atha.

A partir del s. IV se generalizó la celebración de la Navidad. San Agustín, hacia el año 400, afirmaba que no es un sacramento en el mismo sentido que la Pascua, sino un simple recuerdo del nacimiento de Jesús, como las memorias de los Santos. Por lo tanto, no necesitaría de un tiempo previo de preparación o de uno posterior de profundización. Sin embargo, 50 años más tarde, San León Magno afirmó que sí lo es. El único sacramento de nuestra salvación se hace presente cada vez que se celebra un aspecto del mismo, por lo que la Navidad es ya el inicio de nuestra redención, que culminará en Pascua. Estas consideraciones posibilitaron su enorme desarrollo teológico y litúrgico hasta formarse un nuevo ciclo celebrativo, distinto del de Pascua, aunque dependiente de él. En Pascua se celebra el misterio redentor de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. En Navidad se celebra la encarnación del Hijo de Dios, realizada en vistas de su Pascua, ya que «por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo […] y se hizo hombre», como dice el Credo.

A medida que Navidad-Epifanía fue adquiriendo más importancia, se fue configurando un periodo de preparación. Las noticias más antiguas que se conservan provienen de las Galias e Hispania. Parece que se trataba de una preparación ascética a la Epifanía, en la que los catecúmenos recibían el bautismo. Pronto se les unió toda la comunidad. La duración variaba en cada lugar. Con el tiempo, se generalizó la práctica de cuarenta días. Como comenzaba el día de San Martín de Tours (11 de noviembre), la llamaron Cuaresma de San Martín o Cuaresma de invierno.

Cuando el Adviento fue asumido por la liturgia romana, en el s. VI, ya había adquirido un paralelismo con la Cuaresma, tanto en su duración como en sus contenidos. De hecho, los antiguos sacramentarios romanos contienen oraciones para seis domingos (que se conservan hasta el presente en las liturgias Ambrosiana y Mozárabe). También el Rótulo de Rávena (colección de plegarias del s. V) recoge cuarenta oraciones, una para cada día del Adviento. La fuerte dimensión escatológica de la Cuaresma y de la Pascua impregnó también el Adviento, llegando a ser su dimensión más significativa.

Junto a la tensión escatológica, el Adviento heredó de la Cuaresma el carácter penitencial, entendido como purificación de las propias faltas, en orden a estar preparados para el juicio final. Por eso, se practicaba un prolongado ayuno. (En la Iglesia Ortodoxa, se sigue ayunando del 15 de noviembre al 24 de diciembre. La víspera de la fiesta solo se puede comer trigo hervido con miel. En Occidente los ayunos se transformaron en abstinencia, excepto en las Témporas de diciembre y la víspera de Navidad (. Después del Vaticano II desaparecieron). Igualmente, se generalizó el uso del color negro en los ornamentos sacerdotales (más tarde se pasó al morado), los diáconos no vestían dalmáticas, sino planetas (como una casulla, más pequeña por delante y plegada por detrás) y se eliminaron los cantos del Gloria, Te Deum e Ite missa est, así como el sonido de los instrumentos musicales. También se prohibió la celebración de las bodas solemnes. Después del rezo del Oficio Divino, estaban prescritas algunas oraciones de rodillas. En algunos lugares, para asemejarlo todavía más con la Cuaresma, en los últimos días de Adviento se cubrían con velos las imágenes y altares, igual que en el tiempo de Pasión. Durante siglos, el himno más usado en las misas y en el Oficio fue el Rorate coeli desuper, et nubes pluant iustum (Is 45,8), con las estrofas penitenciales que piden perdón por los pecados.

San Gregorio Magno redujo la duración del Adviento en Roma a cuatro semanas. Durante mucho tiempo convivieron las dos fórmulas, aunque a finales del s. XII se impuso definitivamente el uso breve. Las cuatro semanas evocaban la espera mesiánica del Antiguo Testamento, porque se interpretaban como el recuerdo de los cuatro mil años pasados entre la expulsión de Adán del Paraíso y el nacimiento de Cristo, según los cómputos de la época.

Para contrarrestar el espíritu penitencial, la liturgia reintrodujo el Aleluya los domingos en las antífonas del Oficio, lo que se ha conservado hasta el presente, extendido a los otros días de la semana. Los predicadores subrayaron cada vez más el recuerdo de la historia previa al nacimiento de Cristo, haciendo de la dimensión escatológica (tan importante al principio) algo secundario. Ésa ha sido la característica predominante durante siglos.

La liturgia anual de la Iglesia fue evolucionando y transformándose. Con el tiempo, sirvió para evocar toda la historia de la salvación. Adviento se consagró a los acontecimientos del Antiguo Testamento, Navidad a los misterios de la infancia del Señor, el tiempo después de Epifanía a su vida pública, Cuaresma a su pasión y muerte, Pascua a su resurrección, y el tiempo después de Pentecostés a la vida de la Iglesia.

LA CORONA

La Corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en prender velas durante el invierno para representar al fuego del dios sol, para que regresara con su luz y calor durante el invierno. Los primeros misioneros aprovecharon esta tradición para evangelizar a las personas. Partían de sus costumbres para enseñarles la fe católica. La corona está formada por una gran variedad de símbolos:

  • La forma circular. El círculo, no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe terminar.
  • Las ramas verdes. Verde es el color de esperanza y vida, y Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante en nuestras vidas debe ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.
  • Las cuatro velas. Nos hace pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas la corona. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo.

Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de adviento al hacer la oración en familia.
Las manzanas rojas que adornan la corona representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo, pero recibieron también la promesa del Salvador Universal.

El listón rojo representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.

Los domingos de Adviento la familia o la comunidad se reúne en torno a la corona de adviento. Luego, se lee la Biblia y alguna meditación. La corona se puede llevar al templo para ser bendecida por el sacerdote.

Sugerencias

  1. Es preferible elaborar en familia la corona de Adviento aprovechando este momento para motivar a los niños platicándoles acerca de esta costumbre y su significado.
  2. La corona deberá ser colocada en un sitio especial dentro del hogar, de preferencia en un lugar fijo donde la puedan ver los niños de manera que ellos recuerden constantemente la venida de Jesús y la importancia de prepararse para ese momento.
  3. Es conveniente fijar con anticipación el horario en el que se prenderán las velas. Toda esta planeación hará que las cosas salgan mejor y que los niños vean y comprendan que es algo importante. Así como con anticipación preparamos la visita de un invitado importante, estamos haciendo esto con el invitado más importante que podemos tener en nuestra familia.
  4. Es conveniente también distribuir las funciones entre los miembros de la familia de modo que todos participen y se sientan involucrados en la ceremonia.

Por ejemplo:  un encargado de tener arreglado y limpio el lugar donde irá la corona antes de comenzar con esta tradición navideña.  un encargado de apagar las luces al inicio y encenderlas al final.  un encargado de dirigir el canto o de poner la grabadora con algún villancico.  un encargado de dirigir las oraciones para ponerse en presencia de Dios.  un encargado de leer las lecturas.  un encargado de encender las velas.

Cinco consejos que te ayudarán a vivir este tiempo litúrgico de preparación para el nacimiento del Niño Jesús.  “Que no nos vayan a arrebatar éste tesoro“:

1.- Vivirlo en FAMILIA.

2.- Recordar al festejado. El que nace es el mismísimo Dios hecho hombre en el Niño Jesús.

3.- Colocar o poner el Nacimiento (Misterio, pesebre o Belén).

4.- Contemplar el misterio y disponer el corazón para recibir al Señor.

5.- Ser misioneros de ello, de la NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

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