Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. (Corpus Christi)

Lectura del santo Evangelio según san Marcos

El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

«¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?».

Él envió a dos discípulos, diciéndoles:

«Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?».

Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí».

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.

Mientras comían, tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:

«Tomad, esto es mi cuerpo».

Después, tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron.

Y les dijo:

«Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».

Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.

Palabra del Señor.

 

Canto Eucarístico

Cantemos al amor de los amores, cantemos al Señor.

Dios está aquí, venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor.

Gloria a Cristo Jesús, cielos y tierra bendecid al Señor.

Honor y gloria a Ti, Rey de la Gloria, amor por siempre a Ti, Dios del amor.

Gloria a Cristo Jesús, cielos y tierra bendecid al Señor.

Honor y gloria a Ti, Rey de la Gloria, amor por siempre a Ti, Dios del amor.

Unamos nuestra voz a los cantares del coro celestial.

Dios está aquí, al Dios de los altares alabemos con gozo angelical.

Gloria a Cristo Jesús, cielos y tierra bendecid al Señor.

Honor y gloria a Ti, Rey de la Gloria, amor por siempre a Ti, Dios del amor.

Gloria a Cristo Jesús, cielos y tierra bendecid al Señor.

Honor y gloria a Ti, Rey de la Gloria, amor por siempre a Ti, Dios del amor.

 

 

 

Una y otra vez, nos viene el recuerdo del famoso dicho popular  “Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”.  

En España, entre otro sitios y lugares, dos de esto tres jueves, han sido modificados de día dentro de la semana, pasándolos al domingo siguiente a la correspondiente festividad con alguna excepción en la del “Corpus Christi” que se sigue celebrando en algunas ciudades el mismo jueves correspondiente.

Corpus Christi, en latín, “Cuerpo de Cristo” o Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, antes llamada Corpus Domini “Cuerpo del Señor”, es la principal finalidad de proclamar y aumentar la fe de los católicos con la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento.

En muchos lugares es una fiesta de especial relevancia y en varios países es un día festivo oficial (ciertas partes de España, Austria, partes de Alemania y Suiza, Brasil, República Dominicana, Bolivia, Croacia, Polonia, Trinidad y Tobago, Portugal, Perú y Venezuela).

En España dejó de ser un día festivo hace algunos años, excepto en los municipios donde es fiesta local, y desde entonces la Iglesia lo celebra el domingo siguiente. Jamás se debió permitir por la jerarquía eclesial semejante atropello. El propio Jesucristo dio la contestación a ello; Al César, lo que es del César. A Dios, lo que es de Dios.

 

Las celebraciones del Corpus suelen incluir una procesión en la que la hostia, el mismo Cuerpo de Cristo, se exhibe en una custodia e incluso saliendo con toda solemnidad por las calles de las ciudades.

Otra costumbre de igual sentimiento, es engalanar los balcones con flores y adornos o emblemas de entidades y asociaciones religiosas, que serán verdaderas exposiciones en los diferentes recorridos de cada localidad.

Su principal finalidad es proclamar y aumentar la fe de los católicos en la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento.

 

 

 

 

¿Pero cómo y cuándo se inicia esta festividad?

En el siglo XIII había prácticas religiosas que eran tildadas de herejías por la jerarquía católica porque se apartaban peligrosamente de las enseñanzas doctrinales de la Iglesia.

Estas prácticas convivían al mismo tiempo con ciertas creencias ancestrales de origen natural. La mayoría eran pervivencias atávicas de determinados rituales paganos, que tampoco tenían nada que ver con las enseñanzas de la Iglesia oficial, pero que el pueblo compaginaba con las prácticas cristianas.

Es en este contexto cuando nace la festividad del Corpus Christi. En aquella época, todas estas corrientes contradictorias y opuestas en el seno de la misma Iglesia católica acabaron estableciendo una verdadera guerra de milagros entre las diferentes posturas con el fin de validar la tendencia que cada uno defendía. La mayoría de estos hechos visionarios y milagrosos se centraban en el Sacramento de la Eucaristía y se acabaron convirtiendo en cruciales para defender los postulados oficiales emanados de la jerarquía eclesiástica.

Una de las herejías más divulgadas del momento, y uno de los detonantes originarios de la institución del Corpus, fue la profesada por Berenguer de Tours, que negaba la presencia real de Cristo en la Eucaristía. No hace falta decir que esta teoría no gustaba nada a la Iglesia oficial, cansada por otra parte de tantas heterodoxias, debates y polémicas religiosas y que veía entonces cómo alguien atacaba directamente uno de los postulados básicos de su doctrina.

En Lieja, Bélgica, una religiosa cisterciense llamada Juliana de Bethune (1192-1258) tuvo una visión que interpretó como la necesidad de instituir una celebración a la presencia de Jesús en la Eucaristía.

La santa nace en Retines cerca de Liège, Bélgica en 1193. Quedó huérfana muy pequeña y fue educada por las monjas Agustinas en Mont de Cornillon. Cuando creció, hizo su profesión religiosa y más tarde fue superiora de su comunidad. Por diferentes intrigas tuvo que irse del convento. Murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas Cistercienses en Fosses y fue enterrada en Villiers.

Juliana, desde joven, tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siempre añoraba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo se dice haberse intensificado por una visión que ella tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad. Ella comunicó esta visión a Roberto de Thorete, el entonces obispo de Liège, también al docto Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos; a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Liège, después obispo de Verdun, Patriarca de Jerusalén y finalmente al Papa Urbano IV.

El obispo Roberto se impresionó favorablemente y como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; también el Papa ordenó, que un monje de nombre Juan debía escribir el oficio para esa ocasión. El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con algunas partes del oficio.

El obispo Roberto no vivió para ver la realización de su orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246, pero la fiesta se celebró por primera vez con los cánones de San Martín en Liège. Jacques Pantaleón llegó a ser Papa el 29 de agosto de 1261. La ermitaña Eva, con quien Juliana había pasado un tiempo y quien también era ferviente adoradora de la Santa Eucaristía, le insistió a Enrique de Guelders, obispo de Liège, que pidiera al Papa que extendiera la celebración al mundo entero.

El Papa Urbano IV instituyó pues la celebración del Corpus Christi para la Iglesia Católica Universal, fijándola el Jueves después de la fiesta de la Santísima Trinidad.

Por otro lado, se cuenta que en el año 1264 el Padre Pedro de Praga, Bohemia, dudaba sobre el misterio de la transustanciación del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en la Eucaristía. Acudió así en peregrinación a Roma para pedir sobre la tumba de San Pedro la gracia de una fe fuerte.

De regreso de Roma, Dios se le manifestó de manera milagrosa ya que cuando celebraba la Santa Misa en Bolsena, en la cripta de Santa Cristina, la Sagrada Hostia sangró llenando el Corporal de la Preciosa Sangre.

La noticia del prodigio llegó pronto al Papa Urbano IV, que se encontraba en Orvieto, ciudad cercana a Bolsena. Hizo traer el corporal y, al constatar los hechos, instituyó definitivamente la Solemnidad de Corpus Christi. El mismo Papa Urbano IV encargó a Santo Tomás de Aquino la preparación de un oficio litúrgico propio para esta fiesta y la creación de cantos e himnos para celebrar a Cristo Eucaristía. Entre los que compuso está la sublime secuencia “Lauda Sion” que se canta en la Misa de Corpus Christi.

El año 1290 el Papa Nicolás IV, a petición del clero y del pueblo, colocó la primera piedra de la nueva catedral de Orvieto donde aún se encuentra la sagrada reliquia.

Esta fiesta se comenzó a celebrar en Lieja en 1246, siendo extendida a toda la Iglesia occidental por el Papa Urbano IV en 1264, teniendo como finalidad proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Presencia permanente y substancial más allá de la celebración de la Misa y que es digna de ser adorada en la exposición solemne y en las procesiones con el Santísimo Sacramento que entonces comenzaron a celebrarse y que han llegado a ser verdaderos monumentos de la piedad católica.

También en Daroca (Aragón), se cree que fue la primera población de España, y posiblemente del mundo, en la que desde veinticinco años antes, ya se celebraba una fiesta pública en honor del Santísimo Sacramento. Tuvo esta su origen en el “milagro de los corporales” que se veneran actualmente en la parroquia de Santa María.

En 1239, el párroco, don Mateo Martínez, celebraba la misa en la que iba a consagrar, además de la suya, seis hostias para la comunión de los capitanes de las tropas cristianas que se preparaban para conquistar el castillo de Chio en poder de los árabes.

El ataque inesperado de los moriscos, inmediatamente después de la consagración, obligó a todos a abandonar la misa y a enfrentarse a los atacantes. El sacerdote comulgó rápidamente y, para que las seis hostias recién consagradas no fueran profanadas, las ocultó bajo unas piedras; obtenida la victoria, cuando regresó al pedregal para recuperarlas las encontró teñidas en sangre y pegadas a los corporales en los que habían estado envueltas. Estos fueron a partir de entonces como la bandera que animaba a los soldados cristianos en sus luchas contra los enemigos de la fe en un tiempo en el que la península ibérica estaba sometida al Islam.

Ocurre, como en la solemnidad de la Trinidad, que lo que se celebra todos los días tiene una ocasión exclusiva para profundizar en lo que se hace con otros motivos. Este es el día de la eucaristía en sí misma, ocasión para creer y adorar, pero también para conocer mejor la riqueza de este misterio a partir de las oraciones y de los textos bíblicos asignados en los tres ciclos de las lecturas.

El Espíritu Santo después del dogma de la Trinidad nos recuerda el de la Encarnación, haciéndonos festejar con la Iglesia al Sacramento por excelencia, que, sintetizando la vida toda del Salvador, tributa a Dios gloria infinita, y aplica a las almas, en todos los tiempos, los frutos extraordinarios de la Redención. Si Jesucristo en la cruz nos salvó, al instituir la Eucaristía la víspera de su muerte, quiso en ella dejarnos un vivo recuerdo de la Pasión. El altar viene siendo como la prolongación del Calvario, y la misa anuncia la muerte del Señor. Porque en efecto, allí está Jesús como una víctima, pues las palabras de la doble consagración nos dicen que primero se convierte el pan en Cuerpo de Cristo, y luego el vino en Su Sangre, de manera que, ofrece a su Padre, en unión con sus sacerdotes, la sangre vertida y el cuerpo clavado en la Cruz.

La Hostia santa se convierte en «trigo que nutre nuestras almas». Como Cristo al ser hecho Hijo que recibió la vida eterna del Padre, los cristianos participan de Su eterna vida uniéndose a Jesús en el Sacramento, que es el símbolo más sublime, real y concreto de la unidad con la Víctima del Calvario.

Esta posesión anticipada de la vida divina acá en la tierra por medio de la Eucaristía, es prenda y comienzo de aquella otra de que plenamente disfrutaremos en el Cielo, porque «el Pan mismo de los ángeles, que ahora comemos bajo los sagrados velos, lo conmemoraremos después en el Cielo ya sin velos» (Concilio de Trento).

Veamos en la Santa Misa el centro de todo culto de la Iglesia a la Eucaristía, y en la Comunión el medio establecido por Jesús mismo, para que con mayor plenitud participemos de ese divino Sacrificio; y así, nuestra devoción al Cuerpo y Sangre del Salvador nos alcanzará los frutos perennes de su Redención.

 

 

El Sacramento de la Sagrada Eucaristía

La Eucaristía es el Sacramento que contiene verdaderamente el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad, toda la Persona de Cristo vivo y glorioso, bajo las apariencias de pan y vino.

El concilio de Trento define claramente esta verdad, fundamental para la vivencia y adoración de Cristo: ” En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad. En realidad Cristo íntegramente.”

Como católicos, creemos que Jesucristo está personalmente presente en el altar siempre que haya una hostia consagrada en el sagrario. Es el mismo Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, que andaba por los caminos de Galilea y Judea. Creemos que El viene ahora como nuestro huésped personal, cada vez que recibimos la Santa Comunión.

La Eucaristía es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo para que participemos de la vida de Dios. Es el mayor de todos los sacramentos, porque contiene a Cristo mismo, el Autor Divino de los Sacramentos.

Hay tres aspectos o momentos en la Eucaristía. El primero se dice real Presencia de Cristo en el altar, siempre que haya una hostia consagrada en el Sagrario. Segundo, la Eucaristía como sacrificio, que es la Misa. Y tercero, la Santa Comunión.

La palabra Eucaristía, derivada del griego, significa “Acción de gracias”. Se aplica a este sacramento, porque nuestro Señor dio gracias a su Padre cuando la instituyó. Además, porque el Santo Sacrificio de la Misa es para nosotros el mejor medio de dar gracias a Dios por sus beneficios.

La Sagrada Eucaristía es el verdadero centro del culto católico, el corazón de la fe. Y porque creemos que el hijo de Dios está verdaderamente presente en el Sacramento del altar, construimos bellas iglesias, ricamente adornadas.

El Sacrificio de la Misa no se limita a ser mero ritual en recuerdo del sacrificio del Calvario. En él, mediante el ministerio sacerdotal, Cristo continua de forma incruente el Sacrificio de la Cruz hasta que se acabe el mundo.

La Eucaristía es también comida que nos recuerda la Ultima Cena; celebra nuestra fraternidad en Cristo y anticipa ya el banquete mesiánico del Reino de los Cielos.

Por la Eucaristía, se da Jesús mismo, Pan de Vida, en alimento a los cristianos para que sean un pueblo más grato a Dios, amándole más y al prójimo por Él.

Se reserva la Eucaristía en nuestras iglesias como ayuda poderosa para orar y servir a los demás. Reservar el Santísimo Sacramento significa que, al terminar la comunión, el Pan consagrado que sobra se coloca en el Sagrario y allí se guarda reverentemente. La Eucaristía en el Sagrario es un signo por el cual Nuestro Señor está constantemente presente en medio de su pueblo y es alimento espiritual para enfermos y moribundos.

Debemos agradecimiento, adoración y devoción a la real presencia de Cristo reservado en el Santísimo Sacramento.

Las tumbas de los mártires, las pinturas murales de las catacumbas y la costumbre de reservar el Santísimo Sacramento en las casas de los primeros cristianos durante las persecuciones, ponen de manifiesto la unidad de la fe en los primeros siglos del Cristianismo sobre la doctrina de la Eucaristía, en la cual Cristo realmente se contiene, se ofrece y se recibe. De la Eucaristía sacó fuerzas toda la Iglesia para luchar valerosamente y conseguir brillantes victorias. La Eucaristía es el centro de toda la vida sacramental, pues es de capital importancia para unir y robustecer la Iglesia.

La novena en honor del Sacramento de la Sagrada Eucaristía puede hacerse muchas veces durante el Año Litúrgico, para ahondar nuestra fe en este gran misterio de amor, centro de toda la vida sacramental de la Iglesia. Urbano IV, amante de la Eucaristía, publicó la bula “Transiturus” el 8 de septiembre de 1264, en la cual, después de haber ensalzado el amor de nuestro Salvador expresado en la Santa Eucaristía, ordenó que se celebrara la solemnidad de “Corpus Christi” en el día jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, al mismo tiempo otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al oficio. Este oficio, compuesto por el doctor angélico, Santo Tomás de Aquino, por petición del Papa, es uno de los más hermosos en el breviario Romano y ha sido admirado aún por los Protestantes.

La muerte del Papa Urbano IV (el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto, obstaculizó que se difundiera la fiesta. La fiesta fue aceptada en Cologne en 1306. El Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos y en el concilio general de Viena (1311), ordenó una vez más la adopción de esta fiesta.

Publicó un nuevo decreto incorporando el de Urbano IV. Juan XXII, sucesor de Clemente V, instó su observancia.

Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración. Sin embargo, estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV y se hicieron bastante comunes en a partir del siglo XIV.

El Concilio de Trento declara que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad, y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Juan Pablo II ha exhortado a que se renueve la costumbre de honrar a Jesús en este día llevándolo en solemnes procesiones.

En la Iglesia griega la fiesta de Corpus Christi es conocida en los calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios de Galicia, Calabria y Sicilia.

Las procesiones son a modo de públicas manifestaciones de fe; y por eso la Iglesia las fomenta y favorece hasta con indulgencias. Pero la más solemne de todas las procesiones es la de Corpus Christi. En ella se cantan himnos sagrados y eucarísticos de Santo Tomás de Aquino, el Doctor Angélico y de la Eucaristía. Algunos de los himnos utilizados tradicionalmente son: Pange lengua; Sacris solemniis; Verbum supérnum; Te Deum, al terminar la procesión; y, Tantum ergo, al volver de la procesión, en torno del altar para finalizar.

 

En la fiesta entrañable del Cuerpo y la Sangre del Señor invito a los lectores a meditar el soneto que escribió el que fuera vicario general de nuestra Diócesis, José Luis Moreno (+ 23.6.2009)

 A JESUCRISTO, PAN DE VIDA

Grano terrestre de origen divino,
que naciste en Belén por mi sustento,
tuviste en Nazaret florecimiento
y en tu Jerusalén era y destino.

La cruz en que moriste fue molino
que convierte en harina y sacramento
tu cuerpo triturado, testamento
que paga al hombre en pan su desatino.

Llamaste a tu sacerdote ya contigo
al gozo del Reino verdadero
invitado a la mesa del amigo.

Concédele, Señor, como postrero
Don celeste consagrar tu buen trigo
y ejercer junto a ti su ministerio.

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