Jesús, el Cristo, el Ungido, ascendió a los Cielos, a la Casa del Padre

Conclusión del santo Evangelio según San Lucas 24, 46-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.

Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que vino de lo alto».

Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo.

Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo.

Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

Palabra del Señor.

«Fue elevado en presencia de ellos»

«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta el confin de la tierra»

Con estas palabras, Jesús se despide de los Apóstoles e inmediatamente después, «fue elevado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos» Es el misterio de la Ascensión, que hoy celebramos solemnemente.

El día de la Ascensión que se celebraba tradicionalmente en “Jueves” (desde hace años por exigencias de ajuste del calendario litúrgico con el civil.), y que es el cuadragésimo día desde el primer día de Pascua, ya en la mayoría de lugares y Diócesis, se ha trasladado al domingo siguiente, y por ello ahora lo conocemos Domingo de la Ascensión del Señor.

Según el Nuevo Testamento, Jesucristo se reunió varias veces con sus discípulos durante los 40 días después de su resurrección, con el fin de instruirlos sobre cómo llevar a cabo sus enseñanzas. Se cree que el día 40, los llevó al Monte de los Olivos, donde los discípulos vieron cómo ascendía al cielo.

La Ascensión de Jesucristo es garantía de nuestra propia subida al Cielo, después del Juicio de Dios.

A partir del siglo IV, la Iglesia fijó esta fecha, cuarenta días después de la Pascua, como la Solemnidad de la Ascensión del Señor a los Cielos. La intención es claramente, replicar los cuarenta días de la Cuaresma: ¡tras cuarenta días de oración y ayuno, cuarenta de fiesta y alegría! Con gran rapidez la tradición cristiana situó la Ascensión en el Monte de los Olivos, un jardín frente a la ciudad de Jerusalén y lugar de encuentro habitual de Jesús con sus discípulos. ¡La tradición dice que incluso se pueden ver las huellas de los pies de Jesús en el peñasco de la aparición!

El momento de subida es correlativo a un momento de descenso: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre» (Juan 3,13). El Hijo de Dios que bajó del cielo en su Encarnación, sin dejar de ser verdaderamente Dios, se hizo, para siempre, verdaderamente hombre. Su cuerpo humano y su alma humana, unidas a la única Persona del Verbo, entran definitivamente en gloria de Dios. Y allí, el Señor sigue ejerciendo permanentemente su sacerdocio, ya que está vivo para interceder a favor nuestro (cf Hebreos 7,25).

Para nosotros esta solemnidad es, además de un motivo de alegría, un motivo de esperanza y de compromiso. La esperanza es «estar junto a Cristo», en quien nuestra naturaleza humana ha sido tan extraordinariamente enaltecida que participa de la misma gloria de Dios. Y el compromiso es colaborar para que el reino del Mesías, entronizado a la derecha del Padre, se extienda en este mundo mediante el anuncio y la realización de la salvación por la palabra y los sacramentos.

 

La Ascensión pone punto y aparte, en la vida terrenal de Jesús entre nosotros.

Celebramos en la fe el estado glorioso de Jesús de Nazaret, sentado a la derecha del Padre en el cielo.

Celebrar la Ascensión del Señor no es quedarse estáticos contemplando el azul celeste o mirando las estrellas. No es suspirar por un cielo y tierra nuevos. Todos necesitamos ascender, subir en la fe, en la esperanza y en el amor. Paradójicamente, ascendemos mejor cuando más descendemos, somos ciudadanos del cielo cuando en la tierra caminamos comprometidos en las exigencias del Evangelio. Cristo ha ascendido a los cielos porque antes descendió, obediente a la voluntad del Padre, hasta la verdad del desprecio, de la condena y de la muerte.

La Ascensión es sobre todo un envío y un compromiso en la Iglesia. Con realismo cristiano hay que vivir en el mundo transcendiendo todo, bautizando siempre, predicando el Evangelio en cualquier circunstancia, bendiciendo a todos y dando testimonio de cuánto hemos visto en la fe. Si levantamos los ojos para ver a Cristo que asciende, es para saber mirar a los hombres y reconocerlos como hermanos, y a la vez acrecentar nuestro deseo del cielo.

 

 

Dios asciende entre aclamaciones;

 el Señor, al son de trompetas.

Pueblos todos batid palmas,

aclamad a Dios con gritos de júbilo;

porque el Señor es sublime y terrible,

emperador de toda la tierra.

Dios asciende entre aclamaciones;

el Señor, al son de trompetas;

tocad para Dios, tocad,

tocad para nuestro Rey, tocad.

Porque Dios es el rey del mundo;

tocad con maestría.

Dios reina sobre las naciones,

Dios se sienta en su trono sagrado.

Dios asciende entre aclamaciones;

 el Señor, al son de trompetas.

 

Jesús, el Cristo, el Ungido, ascendió a los cielos, a la Casa del Padre y el Hijo de Dios hizo lo que tenía que hacer antes de volver al definitivo Reino de su Padre.

Antes de ascender a los cielos, Jesús, Hijo de Dios, pide a sus discípulos que no dejen Jerusalén porque desde ahí tendrán que empezar a cumplir la misión para la que los había preparado durante aquellos años. Era muy importante que siguiesen al pie de la letra aquello que les estaba diciendo porque a partir de aquel mismo momento el Reino de Dios iba a extenderse por todo el mundo conocido y, desde entonces, también, al que ni siquiera sabían que existía.

Poco importa para aquellos, para otros y para nosotros mismos, conocer o saber cuándo será el momento del regreso de Cristo. En realidad, lo que nos debe importar es estar preparados para tal momento por si es mañana mismo. Y aquellos que escucharon lo que decía Jesús lo único que tenían que saber es que el Espíritu Santo les daría, pronto, la fuerza necesaria para cumplir con aquello que les estaba diciendo. Así mismo debiéramos hacer nosotros. Cumplir con todo lo que Jesús nos ha enseñado y transmitido a través de los tiempos.

Cristo asciende a los cielos pero no para no volver nunca sino para estar presente entre nosotros siempre y, por eso mismo, era tan importante que los que le escuchaban llevaran a la práctica el transmitir su mensaje al mundo.

En realidad, que Jesús ascendiera a los cielos era una parte importante de su vida en la tierra. Se marchaba porque así estaba escrito en el corazón de Dios y por eso mismo es tan real, la esperanza que tenemos en el Creador y en su Amor. Y por eso mismo la Ascensión del Señor es tan importante.

Al respecto de la importancia que tiene no sólo la celebración de la Ascensión del Señor sino la comprensión de lo que significa para los creyentes, Benedicto XVI, en el Regina Coeli del domingo 4 de mayo de 2008 en el que se celebraba tan importante momento espiritual, dijo que “En sus discursos de despedida a los discípulos, Jesús insistió mucho en la importancia de su ‘regreso al Padre’, coronamiento de toda su misión. En efecto, vino al mundo para llevar al hombre a Dios, no en un plano ideal —como un filósofo o un maestro de sabiduría—, sino realmente, como pastor que quiere llevar a las ovejas al redil. Este ‘éxodo’ hacia la patria celestial, que Jesús vivió personalmente, lo afrontó totalmente por nosotros.

Por nosotros descendió del cielo y por nosotros ascendió a él, después de haberse hecho semejante en todo a los hombres, humillado hasta la muerte de cruz, y después de haber tocado el abismo de la máxima lejanía de Dios.

Precisamente por eso, el Padre se complació en él y lo ‘exaltó’ (Flp 2, 9), restituyéndole la plenitud de su gloria, pero ahora con nuestra humanidad. Dios en el hombre, el hombre en Dios: ya no se trata de una verdad teórica, sino real. Por eso la esperanza cristiana, fundamentada en Cristo, no es un espejismo, sino que, como dice la carta a los Hebreos, “en ella tenemos como una ancla de nuestra alma” (Hb 6, 19), una ancla que penetra en el cielo, donde Cristo nos ha precedido.”

EL SEÑORÍO DE CRISTO

Y ¿qué nos quieren comunicar la Biblia y la liturgia diciendo que Jesús «fue elevado»?

El uso del verbo «elevar» tiene su origen en el Antiguo Testamento, y se refiere a la toma de posesión de la realeza. Por tanto, la Ascensión de Cristo significa, en primer lugar, la toma de posesión del Hijo del hombre crucificado y resucitado de la realeza de Dios sobre el mundo.

Presentar al Señor envuelto en la nube evoca, en definitiva, el mismo misterio expresado por el simbolismo de «sentarse a la derecha de Dios».

«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra». El misterio de la Ascensión celebra, por tanto, el triunfo total, perfecto y definitivo de Cristo. No sólo ha resucitado, sino que es el Señor. En Él Dios Padre ha desplegado su poder infinito.

CON CRISTO SOMOS INTRODUCIDOS EN EL CIELO

En el Cristo elevado al cielo el ser humano ha entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios; el hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios. El «cielo», la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, Aquel en quien Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre.

El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con él. Por tanto, la solemnidad de la Ascensión nos invita a una comunión profunda con Jesús muerto y resucitado, invisiblemente presente en la vida de cada uno de nosotros.

“De hecho, hoy no solamente se nos confirma como poseedores del paraíso, sino que también penetramos en Cristo en las alturas del cielo» (S.León Magno)

«Jesús nos dice: Permaneced en mí. Si permanecéis en mi palabra, verdaderamente sois mis discípulos”

LA ALEGRÍA DE LOS DISCÍPULOS

Desde esta perspectiva comprendemos por qué el evangelista San Lucas afirma que, después de la Ascensión, los discípulos volvieron a Jerusalén «con gran gozo»

La causa de su gozo radica en que lo que había acontecido no había sido en realidad una separación, una ausencia permanente del Señor.
Su Ascensión no implicaba la ausencia temporal del mundo, sino que más bien inauguraba la forma nueva, definitiva y perenne de su presencia, en virtud de su participación en el poder regio de Dios.

Precisamente a sus discípulos, llenos de intrepidez por la fuerza del Espíritu Santo, corresponderá hacer perceptible su presencia con el testimonio, el anuncio y el compromiso misionero.

También a nosotros la solemnidad de la Ascensión del Señor debería colmarnos de serenidad y entusiasmo, como sucedió a los Apóstoles, que se marcharon «con gran gozo».

Al igual que ellos, también nosotros, aceptando la invitación de los «dos hombres vestidos de blanco», no debemos quedarnos mirando al cielo, sino que, bajo la guía del Espíritu Santo, debemos proclamar el anuncio salvífico de la muerte y resurrección de Cristo. Nos acompañan y consuelan sus mismas palabras, con las que concluye el Evangelio según san Mateo: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» .

 

LA FIESTA DE LA IGLESIA

La Ascensión es también la fiesta de la Iglesia.
El carácter histórico del misterio de la resurrección y de la ascensión de Cristo nos ayuda a reconocer y comprender la condición trascendente de la Iglesia, la cual no ha nacido ni vive para suplir la ausencia de su Señor «desaparecido». La Iglesia no desempeña la función de preparar la vuelta de un Jesús «ausente», sino que, por el contrario, vive y actúa para proclamar su «presencia gloriosa» de manera histórica y existencial.

Aparentemente su Esposo le ha sido arrebatado. Y sin embargo la segunda lectura nos dice que precisamente por su Ascensión Cristo ha sido dado a la Iglesia. Libre ya de los condicionamientos de tiempo y espacio, Cristo es Cabeza de la Iglesia, la llena con su presencia, la vivifica, la plenifica.

La Iglesia vive de Cristo. Más aún, es plenitud de Cristo, es Cuerpo de Cristo, es Cristo mismo. La Iglesia no está añadida o sobrepuesta a Cristo. Es una sola cosa con Él, es Cristo mismo viviendo en ella. Ahí está la grandeza y la belleza de la Iglesia: «Yo estaré con vosotros todos los días».

VINO, NOS MARCÓ LA TAREA Y SE FUE.

La Ascensión del Señor es el aplauso caluroso del Padre a Jesús: “Lo exaltó y le concedió el nombre sobre todo nombre”. Lo hizo “Señor” y lo sentó a su derecha para siempre. La Ascensión es plenitud de Pascua, elevación de todo lo humano, triunfo de la vida, a pesar del fracaso, el dolor y la muerte. La humanidad ve coronada su dura historia con una apoteosis sublime de resurrección y gloria.

Para quienes estamos en ruta, la Ascensión es pasión por Jesús, pero al mismo tiempo madurez, compromiso y acción: elevar la tierra a las más altas cotas de humanidad, justicia y paz. Es nuestra hora, la hora de los laicos. No nos podemos quedar plantados mirando al cielo.

Jesús nos pasa el testigo: “Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio…” Era necesaria su partida, para iniciar el despegue evangelizador de la Iglesia. Nos apremia su Palabra. “La Iglesia existe, sobre todo, para evangelizar”. Nuestra Comunidad existe para evangelizar: es nuestra razón de ser y abarca todo el dinamismo de nuestra vida.

Recibiréis la fuerza del Espíritu y “seréis mis testigos” por todo el mundo. La parroquia es misión y testimonio: lugar concreto de aliento mutuo, como hermanos llamados por el Bautismo a continuar la presencia y misión de Jesús en la tierra. Contamos con el Espíritu.

Que el Padre de Jesucristo nos dé “espíritu de sabiduría y revelación”, para comprender la herencia cristiana que nos ha transmitido y la misión que tenemos por delante. Jesús compromete su presencia: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

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